Nunca lo comprenderé, John
No lo comprenderé nunca, John .
Han pasado 43 años de aquello y sigo sintiéndome robado, estafado, impotente y rabioso. Y sobre todo, muy triste por comprobar que la humanidad tenga esos recovecos siniestros y macabros que se escapan de cualquier entendimiento lógico.
John Lennon tenía únicamente 40 años en 1980. Parecían bastantes más porque su vida había sido intensa y emocionante como pocos pueden afirmarlo. Infancia complicada, ausencia de figura paterna, perder a su madre en trágicas circunstancias y rebeldía adolescente caracterizaron sus primeros pasos por la vida de este ciudadano ilustre de Liverpool.
Felizmente, esa rebeldía acabó canalizándose a través de la música Skiffle primero y después virando a un pop-rock que casi inventaron los Beatles. Casi, que luego la gente se ofende.
Los años de la Beatlemanía, su asociación casi mística con Paul McCartney, el fenómeno fan, discos, películas, cambiar el mundo musical y ser un referente mundial para millones de personas tuvo que tener un efecto demoledor en John Lennon.
Debe ser increíble, halagador, brutal, enriquecedor y al mismo tiempo terrible ser un Beatle. Por carácter, quizá Paul estaba y está, Dios nos lo guarde muchísimos años más, preparado para sobrellevar ese enorme peso sobre sus espaldas pero Lennon posiblemente no era así. Con un carácter más voluble y atormentado, el fin de los Beatles es muy posible que le supusiera un gran alivio.
Su carrera en solitario fue irregular ya la vez genial como sólo un tocado por la varita de los dioses de la música podía tener.
En 1980, Lennon parecía ya un tipo estable y feliz. Había pasado el duelo por el final de los Beatles y se había acercado al alter ego Paul Mccartney, había superado algunos problemas depresivos y la vida parecía sonreírle junto a su sempiterna Yoko Ono y su hijo Sean. Vivían en el edificio Dakota de Nueva York y estaba presentando "Double Fantasy", un nuevo disco con el que regresaba a la primera actualidad musical después de años de un silencio necesario y consciente.
Posiblemente necesitaba parar, respirar y disfrutar de su vida. Eran sólo 40 años pero pocas vidas podían tener tal emotividad a tan temprana edad. Su madurez musical y personal era evidente y el mundo, como siempre pasaba con cualquiera de sus creaciones, contenía la respiración emocionado ante la perspectiva de un nuevo disco con creaciones nuevas de lo que ya era sobradamente, uno de los héroes icónicos del rock en particular y del mundo en general.
El lunes 8 de diciembre, John tenía un día bastante ajetreado. Debía recibir en casa a la fotógrafa Annie Leibovitz para una sesión de fotos de la revista "Rolling Stone" y después debía atender a la radio local, RKO Radio Network, y conceder una entrevista al locutor Dave Sholin con motivo del reciente lanzamiento de su nuevo disco. Y finalmente, acudió por la tarde a su estudio de grabación habitual para terminar de grabar la guitarra del tema "Walking on thin eyes" que estaba destinado al LP de Yoko Ono del mismo número
El caso es que cuando salieron de casa, algunos fans las reclamaron la atención para que las firmara algún LP, autógrafo, se hicieran una foto o simplemente departir amablemente con el matrimonio. Estaban más que acostumbrados a ello. Todo el mundo conocía que su vida en Nueva York no era para nada anónima y solían pasear por los alrededores encontrando, como es lógico, la presencia de fans que no perdían ocasión para conseguir el sueño de conocer al Beatle John Lennon.
Un chico de 25 años procedente de Hawái visitaba por primera ocasión la gran manzana y solicitó a John Lennon que le firmara su último LP. Nada nuevo ni significativo para un tipo acostumbrado a toda clase de peticiones y halagos. Era su vida desde hacía 20 años y había aprendido a capearla como bastante soltura.
El fotógrafo Paul Goresh captó esa instantánea mítica: el momento en el que Lennon accede a firmar autógrafos y fotografiarse junto a los típicos seguidores diarios. No imaginaba la trascendencia que tendría esa foto.
Tras atender a sus fans, los Lennon suben a un coche y se dirigen al estudio de grabación donde pasan varias horas hasta que por fin dan por buena la mezcla final del tema. Son las once menos diez de la noche y la pareja se apresura a legar a casa para poder acercarle a su pequeño hijo y darle las buenas noches.
John quita en sus manos la maqueta final de Walking on thin ice y está satisfecho de las guitarras que ha grabado para el disco de su esposa. Sale del coche, camina visiblemente delante de Yoko y apenas repara en ese chico veinteañero al que antes ha firmado su último LP.
Sumido en la oscuridad del arco del edificio Dakota ese tipo le espera y sin apenas mediar palabra que no fuera un "Señor Lennon" le descerraja cinco disparos a quemarropa y traición que acaban con la vida de un John Lennon que ya no llegó con esperanzas de sobrevivir en el hospital Saint Luke-Roosevelt.
El tipo en cuestión, capaz de realizar tan incomprensible y funesto asesinado, se llamaba y se llama Mark Chapman.
Maldito sea su número y maldita sea su existencia que únicamente sirvió para robarnos décadas de creaciones de uno de nuestros héroes musicales. Y de arrebatarle la vida a un esposo y padre feliz.
Dicen que hay que saber perdonar, que el rencor no sirve para nada que no sea emponzoñarte al alma. Pero por mucho que lo intento, no consigo poder poner en contexto las razones que pueden llevar a un tipo a realizar semejante acción. Dicen que este lunático se creyó el protagonista del libro "El guardián entre el centeno" del escritor JD. Salinger. Y que se rindió sin oponer resistencia a su detención, nunca negando haber perpetrado semejante atrocidad.
El terrorismo político, el asesinato por robo, las mafias o los ajustes de cuentas son razones de asesinato indiscriminado y en casi todas las ocasiones, terriblemente injusto. Nada justifica un asesinato y cualquiera de las razones anteriores u otras que se le puedan ocurrir son completamente deleznables y merecedoras de castigo sin remisión.
¿Pero esto? Esto en particular es una canallada sin explicación alguna. Un loco, un inadaptado y un ibécil con todas las letras mata a John Lennon por el íntimo placer de pasar a la posteridad por realizar tan oscuro, sinistro y macabro asesinado sin sentido.
Hablábamos antes del perdón, de olvidar y del rencor que no es bueno acumular. Pero si pienso en la muerte de John Lennon sólo me sale maldecir el maldito número de este malnacido que por su cuenta y riesgo nos esquilmó del talento de uno de los grandes músicos de la historia.
No hay perdón para ti, tipeo inmundo. Y ojalá veas el final de tus días en una prisión de la que nunca salgas nunca. La misma en la que metiste contigo inexplicable acción a todos los que admirábamos a John Lennon.
No lo comprenderé nunca, John. Pienso en cuantas canciones faltan en ti repertorio, en un reencuentro Beatle y en que nos quedaban tantos años para deleitarnos contigo magia. Y me subleva ese sentimiento de rabia infinita por algo que nunca debió de ocurrir.
Cuando pienso en el asesinato de John Lennon esa noche del 8 de diciembre de 1980 sólo puedo decir que no lo entiendo y que no es justa la vida. Por mil motivos pero en este en concreto, lo único que me nace es maldecirte, maldito gilipollas. Maldito Chapman.
Nunca nos arrebatarás el mito, las canciones, las icónicas lentes de John Lennon y su carisma. Esto es eterno, bien lo sabemos.

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